Tiempo: El viento de Mary Poppins trajo el otoño. El Sol viajó a España de vacaciones, pero decidió quedarse.
Cociente intelectual: depende del día, pero sin lugar a dudas cuesta abajo y sin frenos
Cociente intelectual: depende del día, pero sin lugar a dudas cuesta abajo y sin frenos
Arterias de cemento.
No hay momento de reposo en Goodge Street, excepto la noche, y a veces ni siquiera. El tráfico es siempre espeso, y los autobuses monumentales la cruzan incesantes (monstruos muchas veces vacíos que regurgitan la misma gente, día tras día, en el mismo lugar, a la misma hora). Los restaurantes (de sushi, italianos, de bocadillos, pastelerías, mejicanos, españoles) cierran temprano y se dirigen todos en una fila y vuelcan hacia Charlotte Street, en donde aparecen los tailandeses, los indios, el japonés de categoría cuya cocina hace poco se quemó. Tesco escupe gente hasta las doce cargados con bolsas de comida barata. El Pollock´s Museum aguarda impaciente otra visita. Ahora han colocado unas bicicletas de alquiler, todas iguales, como clones de un ejército de guerrilla a la espera de derribar la tiranía de los coches. Goodge Street es ruido, gente, basura. Las gaviotas despiertan con el Sol y bajan a tomar su desayuno graznando en voz alta, peleándose por los restos de la cena con sus (malditos sean) congéneres. Sí, los restaurantes son máquinas de producir bolsas negras, que salen puntualmente por las puertas cada hora aguardando bajo los árboles, en los alcorques parduzcos y desgastados, al camión que pasa dos veces al día, con su ejército fluorescente, presuroso y aburrido. La gente no camina sino corre porque siempre se llega tarde a todo y han venido a comerse la vida ahora que aún tienen un poco de tiempo. Las casas, bajo el peso de los trancos cargados sobre el pavimento, se desmoronan lentamente, con ladrillos hundidos, ventanas torcidas, capialzados de madera roñosa que necesitan pintura cada año. Las casas tienen también doscientos años, y las anónimas, la mayoría, miran con envidia a aquéllas de la placa azul, ese recordatorio de haber sido morada de algún ilustre, como medallas conseguidas en tiempo de guerra. Las casas no tienen ascensor ni parking ni aire acondicionado ni persianas, y son las más caras de todo Londres, o casi. Chelsea es un barrio glamouroso y la City es hervidero de negocios y piedras con historia, pero Goodge Street es mestizaje, sangre bombeando deprisa dentro de las venas y calles de la ciudad cambiante. Sobre el embaldosado irregular y sucio hemos cruzado todos, ya nos hemos mirado en todas las ventanas, y cuando nos marchemos y cambien el nombre del Fitzrovia seguirán mirando los ladrillos mampuestos, las chimeneas rojas, los paveses redondos del pavimento de la superviviente, milagrosa Goodge Street.