31 de diciembre de 2010

Day 34: Snow



Este mes de Diciembre ha nevado mucho en Londres...

23 de diciembre de 2010

Day 33: Merry Christmas


Felices fiestas, esta vez desde Madrid...

18 de diciembre de 2010

Day 32: The Shadow Catchers at the V&A



Una de las exposiciones más interesantes que he visto este año se titula “Cazadores de Sombras” y muestra fotografías hechas sin cámara fotográfica. Que, aunque no lo parezca, se pueden hacer. Los artistas (cinco en esta selección) exponen el papel fotográfico a la luz de la luna, bajo unos arbustos, sobre el agua, o bien juegan con los líquidos de revelados para producir texturas nuevas. Lo que se antoja un simple capricho técnico, en realidad es un auténtico descubrimiento visual y de contenido. No sólo es diferente esta forma de hacer arte, sino que la filosofía que encierran las obras, la idea, es interesantísima. La pena es que el recorrido se hace algo corto, pero, por lo demás, son hoy en día las cinco libras mejor aprovechadas del panorama –casi infinito- de las exposiciones temporales de Londres. Dicho queda.

2 de diciembre de 2010

Day 31: La Tumba de John Soane (y II)


Su casa museo es impresionante, y su panteón, elegante y sencillo, casi casi pasa desapercibido. El pequeño baldaquino inspiró las primeras cabinas telefónicas de Londres, tan famosas (parece ser que hay tres tipos, muy parecidos, pero el original es este del que hablo). De esta forma, casi sin quererlo, el bueno de Soane diseñó buena parte del paisaje de Londres, calle por calle, en forma de semillas rojas inspiradas en el diseño de piedra de su morada última.

28 de noviembre de 2010

Day 30: La Tumba de John Soane (I)



El árbol y las lápidas

Alrededor de la tumba de John Soane (arquitecto, coleccionista, humanista al fin) hay un parque y una iglesia y algunos panteones. Antes había también un camposanto.

Cuando quitaron el cementerio (no recuerdo el motivo) apilaron todas las lápidas alrededor del árbol.

El árbol, que estaba allí antes, no se dio por vencido. Sus raíces crecieron, con los años, por entre la piedra, abrazándola, empujándola a veces para abrirse camino. Reclamando su espacio.

La unión (forzada, pero armoniosa) sugiere poesía -como la tierra recibiendo a los que se fueron, o el árbol que se alimenta de las almas-. Pero la foto dice bastante más. Como -casi- siempre.

20 de noviembre de 2010

Day 29: King´s Cross Saint Pancras




La conexión con Paris, el Eurostar, sale de King´s Cross. Cerca de los andenes hay dos esculturas: una de ellas tan sólo algo más grande de lo normal; la otra, gigantesca.

En la primera, el viajero que acaba de llegar levanta la vista asombrado. Esperanza, con forma de cubierta de acero y cristal, bajo el sombrero.

En la segunda, los amantes se despiden, abrazados, antes de que el tren salga. La mochila es breve. Esperemos que él vuelva pronto.

Final y principio (o principio y final). El hecho de que la despedida sea mucho más grande ha de ser (confío) anecdótico. Aunque las llegadas llenas de asombro, en esta vida, sean pocas, y las despedidas sean, seguramente, por desgracia, algunas más.

17 de noviembre de 2010

Day 28: El árbol de Mendelssohn



Mendelssohn se sentaba a componer y a meditar en este tronco de árbol, derribado tras una tormenta, que se encuentra en el camino a la Barbican, cerca de la salida del metro. Quinientos años tenía este haya antes de ser derribada durante una tormenta (como reza la placa de metal a su espalda). Nada menos.

Quizás no llama demasiado la atención. Ha viajado mucho este tronco; espero que al menos no le moleste la lluvia ni las noches frías. Porque se ensaña el viento en estos meses entre las torres de hormigón de la Barbican.

7 de noviembre de 2010

2 de noviembre de 2010

Day 26: The aircraft in the Tate Britain



Dice su autora que son dinosaurios del aire. El metal cruje y nos devuelve reflejos cobrizos, mientras el avión levita en el instante preciso, previo al fin.

31 de octubre de 2010

Day 25: One New Change




En otros tiempos los edificios eran solemnes, reposados y esbeltos, elegantes, en la sabiduría que da la historia y en la certeza de que no es necesario ser siempre distinto. En el convencimiento de que el artista se expresa siempre, en los pequeños detalles, en las decisiones. Christopher Wren no necesitó inventar una nueva arquitectura para construír la Catedral de Londres. Orden clásico y proporciones armoniosas, detalles estudiados, y la presencia que sólo la sencillez, el espacio y las dimensiones pueden dar.

Uno de los arquitectos más afamados de la actualidad, Jean Nouvel, ha diseñado unas oficinas con zona comercial en frente del edificio de Wren. Los detalles están bien resueltos, pero el conjunto es una víctima más de la moda de los edificios rotos, de los ángulos imposibles y las luces rojizas. Víctima de la fecha de caducidad. Dentro de treinta años la Catedral seguirá brillando, pero One New Change ya no existirá. Al tiempo.

En un detalle inesperado de sabiduría, las paredes del edificio, como una nueva calle artificial, enmarcan la cúpula de St. Paul´s con reverencia, como si los escaparates retorcidos fueran capaces de descubrirse la cabeza y decir "Chapeau!"

26 de octubre de 2010

Day 24: Westminster Cathedral



Mezcolanza de colores y estilos. La luz se filtra por entre los muros de ladrillo y las cúpulas de hormigón y las columnas de mármol y los mosaicos bizantinos, como si reclamara su espacio, como si no pudiera existir tabique suficientemente grueso para contenerla.

27 de agosto de 2010

Day 23: Goodge Street

Tiempo: El viento de Mary Poppins trajo el otoño. El Sol viajó a España de vacaciones, pero decidió quedarse.
Cociente intelectual: depende del día, pero sin lugar a dudas cuesta abajo y sin frenos



Arterias de cemento.

No hay momento de reposo en Goodge Street, excepto la noche, y a veces ni siquiera. El tráfico es siempre espeso, y los autobuses monumentales la cruzan incesantes (monstruos muchas veces vacíos que regurgitan la misma gente, día tras día, en el mismo lugar, a la misma hora). Los restaurantes (de sushi, italianos, de bocadillos, pastelerías, mejicanos, españoles) cierran temprano y se dirigen todos en una fila y vuelcan hacia Charlotte Street, en donde aparecen los tailandeses, los indios, el japonés de categoría cuya cocina hace poco se quemó. Tesco escupe gente hasta las doce cargados con bolsas de comida barata. El Pollock´s Museum aguarda impaciente otra visita. Ahora han colocado unas bicicletas de alquiler, todas iguales, como clones de un ejército de guerrilla a la espera de derribar la tiranía de los coches. Goodge Street es ruido, gente, basura. Las gaviotas despiertan con el Sol y bajan a tomar su desayuno graznando en voz alta, peleándose por los restos de la cena con sus (malditos sean) congéneres. Sí, los restaurantes son máquinas de producir bolsas negras, que salen puntualmente por las puertas cada hora aguardando bajo los árboles, en los alcorques parduzcos y desgastados, al camión que pasa dos veces al día, con su ejército fluorescente, presuroso y aburrido. La gente no camina sino corre porque siempre se llega tarde a todo y han venido a comerse la vida ahora que aún tienen un poco de tiempo. Las casas, bajo el peso de los trancos cargados sobre el pavimento, se desmoronan lentamente, con ladrillos hundidos, ventanas torcidas, capialzados de madera roñosa que necesitan pintura cada año. Las casas tienen también doscientos años, y las anónimas, la mayoría, miran con envidia a aquéllas de la placa azul, ese recordatorio de haber sido morada de algún ilustre, como medallas conseguidas en tiempo de guerra. Las casas no tienen ascensor ni parking ni aire acondicionado ni persianas, y son las más caras de todo Londres, o casi. Chelsea es un barrio glamouroso y la City es hervidero de negocios y piedras con historia, pero Goodge Street es mestizaje, sangre bombeando deprisa dentro de las venas y calles de la ciudad cambiante. Sobre el embaldosado irregular y sucio hemos cruzado todos, ya nos hemos mirado en todas las ventanas, y cuando nos marchemos y cambien el nombre del Fitzrovia seguirán mirando los ladrillos mampuestos, las chimeneas rojas, los paveses redondos del pavimento de la superviviente, milagrosa Goodge Street.


9 de agosto de 2010

Day 22: National Gallery (I) - Close Examination

Weather: hoy hace solete, viva y bravo amigos!
Color de la camisa: blanca y violeta, como los colores de mi ciudad, y con unos gemelos muy chulos.





Detectives of the oil

La National Gallery es uno de los edificios clásicos más representativos de Londres, que preside la plaza de Trafalgar Square. Leonardo o Velázquez pueden encontrarse en una colección de antiquísimo origen, y magnífica. Estos días se exhibe una exposición temporal que nos habla de los investigadores de cuadros. Al estilo de Sherlock Holmes, y aplicando las nuevas tecnologías (Rayos X y análisis químicos para empezar), los expertos desenmascaran falsificaciones, añadidos y errores en las pinturas (supuestamente) de los grandes maestros. Se analiza la historia de cada cuadro expuesto, y algunos pequeñas joyas de Boticelli o Rafael, con algunos casos realmente curiosos. Una horita muy entretenida, y luego pasan una película que no está mal.

En todo caso, a mí el asunto no me convence del todo. A veces, en pinturas supuestamente del siglo XVI se utilizan pigmentos descubiertos en el siglo XVII. Obviamente son falsificaciones. Hasta ahí vale. Otras veces se dice que el supuesto Rembrandt en realidad no lo es, puesto que se utiliza una técnica de fijado distinta a la del artista. Otras veces, se dice que, aunque el artista normalmente pintaba en tabla, esta vez, excepcionalmente, pintó en lienzo. Es decir, que según lo que nos interese, decimos una cosa u otra. Los expertos (más bien arqueólogos) lo tienen muy complicado, pero parece que su sistema es algo aleatorio. Lástima. El arte entra entonces en el terreno de la ciencia y de la teoría, y las teorías son peligrosísimas y muchas veces falsas. Quizá sea mejor contemplar la belleza de un cuadro sin preocuparnos demasiado de autoría, procedencia o de lo que se pagó en su día en la subasta. Sólo quizá.


6 de agosto de 2010

Day 21: The Tower of London

Días para las vacaciones: 9
Miopía: seguimos en 4,25 dioptrías, aunque las gafas son cada vez más modernitas



Sangre de reyes
Merece la pena dedicar una mañana a recorrer la Torre de Londres, y después tal vez, si el tiempo acompaña, cruzar el Tower Bridge y darse un paseo por el SouthBank o acercarse a St. Katherine´s Docks y envidiar los balcones que miran los yates amarrados. Es caro entrar en la Torre de Londres, aunque lo caro y lo barato se diluye en esta sociedad alocada, en la que porciones diminutas de comida se transfoman en cenas de 150 libras por cabeza, o en la que se paga 30 libras por una piedra de Swarozky que cuesta originalmente 70 céntimos. La audioguía, además, se paga aparte, pero es fundamental para comprender que pasaba en cada rincón del recinto.



Dicen que hay fantasmas en la Torre de Londres, y que los guías no hablan nunca de ellos porque trae mala suerte. En teoría son aparecidos que llevan bajo el brazo su propia cabeza. Bueno, yo creo que la luz de las farolas en una madrugada de neblina y una botellita de ginebra para calentarse pueden obrar el milagro de ver fantasmas; o, tal vez, ni siquiera se necesite la ginebra (o la niebla). Lo que si hay en la Torre son cuervos, aunque no tiene nada de particular, porque sus cuidadores les dan de comer y les guardan en jaulas. Y, por supuesto, también hay armaduras, incluídas las de los reyes, las de los niños, las de los caballos y la más grande del mundo, la de un gigante del siglo XIV que medía más de dos metros. Yo me imagino en mitad de la batalla, y entrever por esas ranuritas mínima del yelmo a esa bestia parda con una espada de veinte kilos viniendo hacia mí y me faltan piernas para salir corriendo…



Son dos los lugares del recinto que llaman más poderosamente la atención. Uno obviamente la Torre Blanca, en la que, con ambientación de McDonalds y al más puro estilo vagón de ganado pestilente, se exhibe la colección de joyas más importante del mundo. El diamante más grande, la corona que lleva la Reina en sus discursos en el parlamento y las pilas bautismales de los Tudor pierden así todo el glamour, exhibidas como Whoppers de tres al cuarto bajo una cinta transportadora visitada por miles y miles de turistas cada día. La tienda de recuerdos, colofón de la larga visita (por la cola que hay que hacer, claro) es encantadora de puro vergonzante.


El otro lugar de innegable fuerza dramática es la tríada formada por la prisión, el patíbulo y la capilla (importante es el orden en este caso, ya que sucesivamente se recorrían los tres lugares; aunque ignoro si, tal vez, se visitaría primero la capilla para confesión). En el lugar donde algunas cabezas reales rodaron (no tantas) han situado una escultura de cristal, con una almohada sobre un círculo plano, conformando un conjunto muy británico a medido camino entre el modernismo y la cursilería monárquica. El lugar es poderoso, y emana todavía la sangre derramada de los reyes. En la prisión, los graffiti desprenden la angustia de los condenados a muerte durante años, de los enfermos que, por creencias políticas o religiosas, nunca volvieron a ver a sus familias. Es un lugar terrible en el que el visitante guarda necesariamente silencio bajo el peso de la angustia que inevitablemente se percibe. Todas esas piedras milenarias (fortalezas, palacios, grabados mayas, pirámides egipcias) han soportado ya tanta barbarie en nombre de la estupidez que cuesta creer que, pese a su naturaleza inmortal, aún aguanten, sucias y desgastadas, tanto trajín de visitantes día tras día.


En invierno ponen una pista de patinaje al abrigo de los muros. Un lugar perfecto.

3 de agosto de 2010

Day 20: The Anchor

Weather: el verano se marchó y ya nunca regresó. Al menos no hace falta llevar jersey ni ponerse crema solar.
Profesión: aburrido con escrúpulos.



Pescado rebozado
The Anchor es un sitio secreto. Algún día, cuando este blog sea famoso, después de unas mil quinientas entradas, y los hispano-hablantes de todos los rincones se acerquen a él para recabar información sobre la ciudad que visitarán estas vacaciones, dejará de ser un secreto y aún más gente disfrutará de las mejores Fish & Chips de esta orilla del Thames. The Anchor es un pub que está en Southbank, y tiene varias estancias, varios pisos, todo tipo de sillones de piel y sillas tapizadas, terraza al aire libre junto al río y también un pequeño rinconcito en la planta alta. Se recomienda una pinta de Guinness o Pride para rematar la faena, y que sean dos raciones: no suele sobrar. Ya está, ya lo he contado, ya no es un secreto. Pero, de momento, yo lo digo en voz baja, no sea que se terminen los sobrecillos de Ketchup con tanto visitante no habitual.


14 de julio de 2010

Day 19: Trafalgar Square

El tiempo: Colorado
T-shirt: roja y amarilla


Batallas solapadas
En 1805 la coalición británico-prusiana, en sus intentos por derrocar a Napoleón y destruír la influencia militar francesa en Europa, se enfrentaron a España y Francia en la famosa (y apasionante, guste la historia o no) batalla de Trafalgar. Las naves españolas ya estaban decrépitas y llevaban unos cuantos fracasos acumulados, pero fue la brillante estrategia del almirante Nelson (que murió por cierto al principio de la batalla) la que aniquiló la flota enemiga de manera brillante. La guerra es tremenda, aunque leída en los libros de historia y con doscientos años de perspectiva se torna grande, inmensa.

La estatua de Nelson preside una de las plazas más impresionantes de la ciudad, en lo alto de una columna altísima, mirando hacia las Casas del Parlamento. Fuentes, leones y la National Gallery, entre otros edificios ilustres, flanquean un espacio desorbitado, siempre lleno de turistas. Al fondo de Whitehall, la Avenida dedicada a los héroes de la guerra británicos (estatuas en negro y edificios monumentales) se puede ver el Big Ben. Saint Martin in the Fields, de riguroso blanco, aguarda también al visitante (y a un próximo post).

Hacia las diez de la noche del domingo llega la marea roja desde Picadilly Circus. Probablemente será una vez en la vida. La gente se baña en las fuentes semidesnuda y jalea en voz alta, canturrea, se ríe a carcajadas, se abraza. Es una fiesta. El Almirante Nelson da la espalda a todo lo que ocurre. El país que fue su enemigo más odiado invade ahora la plaza erigida en su homenaje. El Almirante Nelson, hombre de guerra, no se da cuenta de que, en la inmensidad del tiempo y de este universo misterioso, doscientos años no son nada. Las batallas son apenas las comas de un discurso escrito en las estrellas, y las guerras simples enfermedades que dejan paso, por fin, a la salud, entendida como el respeto, la libertad, la unidad entre los pueblos, la concordia, el amor, la conciencia de que somos solamente hormigas de paseo en un mundo que no conocemos, y de que es mejor llevarse bien, y celebrar algo tan insignificante y tan estúpido, pero tan grande, como el triunfo de España en el Mundial.


¿Una premonición?

9 de julio de 2010

Day 18: España a la Final

Ignorante y escéptico (converso) del fútbol como soy, he de confesar que me alegro de que estemos en la Final del Mundial, se gane o se pierda (no conviene hacerse muchas ilusiones para no caerse desde muy arriba, como con casi todo). Hay que reconocerle a estos eventos deportivos que transmiten una emoción inigualable y universal, emoción que desde la distancia es ahora cuando empiezo a entender.

Lo dicho, que disfrutéis del fin de semana y sobre todo de la Roja.


7 de julio de 2010

Day 17: Charlotte Blues Bar

El tiempo: botas de agua apolillándose en el armario.
Color de la camiseta: roja.


Nostalgia de tabaco
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En otros tiempos y otros lugares los locales de jazz en vivo respiraban distinto, al ritmo tal vez de la melancolía o la desesperanza. Sólo quedan algunos, pero en una ciudad en la que el tabaco es perseguido con tal furia y el alcohol, en contra, tan estúpidamente consentido, va a ser difícil encontrar alguno. Ocurrió también cuando la música de blues dejó de ser reducto de una minoría ilustrada (al menos en Europa) y comenzó a ser una carrera por la venta de discos. La debacle ha sucedido en todas las artes, paulatinamente al principio, pero después de forma acelerada, precipitándose hacia los abismos de Spotify, Emule, Youtube. Si el demonio hubiera escogido los nombres para tan diabólicos instrumentos no lo hubiera hecho mejor.

No hay solitarios con el sombrero ladeado tomando whiskey con hielo en Charlotte Blues. Tampoco mujeres fatales de guantes infinitos, de vestidos en rojo o negro que dibujan las curvas imposibles. Ya no hay el mismo humo cargante desde hace dos semanas. El tipo de la puerta sonríe con su traje robado de La Máscara, y la chica que vende las entradas, fuera ya de todo el glamour posible, lleva unas hawaianas blancas y mucho maquillaje. Los muebles son nuevos, los espacios extraños, maclados a la fuerza, sobreponiéndose los unos a los otros. Las pintas se sirven en jarras alemanas, los grifos no respetan las marcas que anuncian.

Queda la música. El directo. El saxofón y a veces el piano lo pueden todo. Se cuelan por todos los rincones, arrancan el tedio de las mesas, de entre las sillas arrinconadas, y hacen el sitio grande, inmenso. La música es lo que ha sobrevivido, escondida en los instrumentos, aguardando el momento de salir a flote otra vez. El jazz es grande, su pasión, su alma, puede más que todas esas gramolas de mentira o que los butacones de piel brillante, por mucho que nos empeñemos en hacerlo sonar en sitios descafeinados, asépticos, que suspiran seguro por la vuelta de los años cincuenta.


24 de junio de 2010

Day 16: Forbidden Planet

Profesión: pastelero en prácticas.
Peso: miente la báscula como bellaca.


Coleccionismo a tope

La biblia freak está en Shaftesbury Avenue (aunque hay un par más de locales en Londres, más alguno en Cambridge, Liverpool, ya sabéis, los pueblos bárbaros al Norte del Támesis). Forbidden Planet es una película de serie B de los años cincuenta: naves espaciales, robots, alienígenas, robots alienígenas, científicos locos y rubias en bañador grandote: nombre inmejorable tanto por la inspiración como por el augurio que vaticina. Y es que es mejor no entrar si te gustan los tebeos y sus alrededores.


El escaparate ya nos anuncia lo que nos vamos a encontrar dentro de la tienda: camisetas cyborg, figuras de resina de Darth Vader, art-books, tebeos en general y merchandising a raudales. La primera tentación son las cajitas de caramelos de menta con forma de pad de Nintendo de 8 bits, o de Pac-man y sus fantasmas azules. Superada (o no) la prueba de resistencia geek, tenemos a mano izquierda figuras de coleccionista (precio abusivo y chicas manga en bikini) y, tras la estanteria, todo tipo de figuritas de Star Wars y demás películas con apartado coleccionable (este año se lleva la saga Crepúsculo, de la que soy un completo ignorante, y Avatar, que por desgracia sí que he visto en cine). Después tenemos pósters, disfraces, DVD con series anime de importación (carísimo claro), mochilas de Hello Kitty, en fin, todo lo que el imaginario japonés y hollywoodiense ha regalado al mundo en orden de hacer unos dineros. Escaleras abajo, el acabose: una librería enorme de comic, manga, libro de ciencia ficción y cine. Para perderse juntos a otros frikis durante horas. Si visitáis Forbidden Planet, recordad mis consejos: no olvidéis que ahí afuera está el mundo y el aire fresco, y que, por muy barata que esté la figurilla de Voldemort no la necesitáis, repito, no la necesitáis en la estanteria del salón.




Por las noches la tienda debe de ser una fiesta: en plan Toy Story, pero a lo bruto.

7 de junio de 2010

Day 15: The Petrie Museum of Egyptian Archaeology

Weather: hoy tenemos Sol de 16:00 a 16:15. Viva y bravo.
Salud: no me duele nada, toquemos madera.



Arqueólogos anónimos

El museo que sueña el arqueólogo (el egiptólogo más bien, en este caso) está en Torrington Place, entre edificios universitarios. Frente a la pomposidad del Museo Británico y su colección de piezas magníficas, el Petrie ofrece una colección “a pie de calle”, con fragmentos pequeños, ánforas rotas, dibujos descoloridos, bisutería fragmentada, algunos restos humanos, porcelanas, textiles. Frente a la iluminación bien estudiada del British Museum, aquí tenemos lugares que incluso precisan de una linterna. Frente al flamante techo transparente del atrio de aquél, que ahora cumple 10 años, el Petrie sólo dispone de algunas estanterías polvorientas, de cajones de muestras que podemos abrir a voluntad, en un conglomerado de 80.000 piezas repartidas en dos pequeñas salas. Nos basta éso. O tal vez no, tal vez echemos de menos los pantalones de safari y el salacot de Livingstone, y quizás un monóculo, para sentirnos como un explorador del siglo XIX que se encuentra con una orgía de restos de tres mil años de antigüedad semienterrados en la arena del desierto. El Petrie es una de esas joyas anónimas que aguardan en las grandes ciudades, esperando, como el sarcófago de los faraones antiguos, a ser descubierta por el ojo atento que no se queda tan sólo en la (magnífica, maravillosa) colección del British.


3 de junio de 2010

Day 14: The BT Tower

Weather: finally sunny.
Height: 176 centimetres of pure art.


El Pin
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Una pantalla de luces LED, circular, en lo alto de la torre de BT, nos recuerda que quedan 790 días para que comiencen las Olimpiadas de Londres 2012. Cuando llegué aquí, la pantalla marcaba 870. Cómo pasa el tiempo.

En una ciudad completamente llana como Londres, de calles retorcidas y estrechas, es difícil situar un hito urbano, a no ser que sea de una altura considerable. La gigantesca cúpula de la Catedral, el London Eye o incluso el Big Ben, llamados a ser elementos de referencia a la hora de orientarse además de lugares reclamo para el turista, son difícilmente visibles incluso en la cercanía. No tiene la ciudad grandes torres, excepto en la zona de negocios de Canary Wharf, y aún así no tienen la dimensión de Nueva York o Shanghai (ni siquiera la de las 4 torres de Madrid). Son además particularmente horribles, con la excepción del edificio Gherkin, del Monument de Christopher Wren o de esta torre de comunicaciones, que resulta atractiva en su sencillez y contundencia. Igual que el famoso “Pirulí” madrileño, está rodeada de antenas gigantescas, aunque el high tech del metal y el vidrio sustituye al hormigón tan contundente, grisáceo, como es en general la capital de España, obsesionada con el granito barato de Felipe II y su Escorial. La torre BT tiene más estilo y además un restaurante giratorio en lo alto, con (imagino) fantásticas vistas de Londres. Habrá que ahorrar un poco y hacer una visita.

Tengo además la suerte de vivir bastante cerca de la torre. Cuando salgo de paseo por el centro y me desoriento, busco la torre. No siempre se ve, aunque seguramente esté ahí, marcando el lugar, a la vuelta de alguna esquina. Me gusta imaginarla como uno de esos pins metálicos que se utilizan para marcar los mapas, y en realidad funciona así, como un marcador gigante de metal en el entramado laberíntico de la ciudad enorme. Qué curioso esto de las escalas. Quizá Londres sea tan sólo, en realidad, un mapa pequeñito encima de una mesa, y nosotros, más pequeños todavía, como hormigas microscópicas, buscamos el hito que es la torre sin darnos cuenta de lo que somos, de dónde estamos.





1 de junio de 2010

Day 13: Fluid

Weather: they said there´s no summer, they were right.
NHS Doctor: looking for a long leggy blonde and good professional. Or, as we say, one has to die of something.
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Japan turmix

En la ciudad de la diversidad y el mestizaje todo ha de estar mezclado, aún a riesgo de perseguir lo políticamente incorrecto y, curiosamente, la diferencia. Fluid está perdido entre las estaciones de Farringdon y Barbican, en frente de un mercado de abastos gigantesco. El local se anuncia con el sugerente eslogan “Bar Music Sushi” porque, aunque la combinación se antoja imposible, resulta que es verdad, y el local sirve makis y sashimis con la misma soltura que un gin tonic o una remezcla de los Chemicals Brothers. De inspiración japo-futurista, las paredes alternan espejos con cristales transparentes y vinilos coloreados, entremezclando la gente de la calle con la del interior del local. Las mesas y taburetes de madera, cuadrados, sencillos, inundan la minúscula pista de baile, conviven con el 1943 y el Space Invaders y junto a la mejor película de Miyazaki, de visionado continuo en la televisión de la esquina. Fiel al espíritu diverso del lugar, el DJ es un arquitecto australiano de origen vietnamita que estudió en Barcelona. Escaleras abajo (una escalera metálica, de caracol) la música es atronadora y la pista de baile, pequeña pero suficiente, está vacía. Malos tiempos para locales con solera, tal vez. Aunque en qué otro lugar puede uno tomarse una pinta de Asahi