7 de julio de 2010

Day 17: Charlotte Blues Bar

El tiempo: botas de agua apolillándose en el armario.
Color de la camiseta: roja.


Nostalgia de tabaco
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En otros tiempos y otros lugares los locales de jazz en vivo respiraban distinto, al ritmo tal vez de la melancolía o la desesperanza. Sólo quedan algunos, pero en una ciudad en la que el tabaco es perseguido con tal furia y el alcohol, en contra, tan estúpidamente consentido, va a ser difícil encontrar alguno. Ocurrió también cuando la música de blues dejó de ser reducto de una minoría ilustrada (al menos en Europa) y comenzó a ser una carrera por la venta de discos. La debacle ha sucedido en todas las artes, paulatinamente al principio, pero después de forma acelerada, precipitándose hacia los abismos de Spotify, Emule, Youtube. Si el demonio hubiera escogido los nombres para tan diabólicos instrumentos no lo hubiera hecho mejor.

No hay solitarios con el sombrero ladeado tomando whiskey con hielo en Charlotte Blues. Tampoco mujeres fatales de guantes infinitos, de vestidos en rojo o negro que dibujan las curvas imposibles. Ya no hay el mismo humo cargante desde hace dos semanas. El tipo de la puerta sonríe con su traje robado de La Máscara, y la chica que vende las entradas, fuera ya de todo el glamour posible, lleva unas hawaianas blancas y mucho maquillaje. Los muebles son nuevos, los espacios extraños, maclados a la fuerza, sobreponiéndose los unos a los otros. Las pintas se sirven en jarras alemanas, los grifos no respetan las marcas que anuncian.

Queda la música. El directo. El saxofón y a veces el piano lo pueden todo. Se cuelan por todos los rincones, arrancan el tedio de las mesas, de entre las sillas arrinconadas, y hacen el sitio grande, inmenso. La música es lo que ha sobrevivido, escondida en los instrumentos, aguardando el momento de salir a flote otra vez. El jazz es grande, su pasión, su alma, puede más que todas esas gramolas de mentira o que los butacones de piel brillante, por mucho que nos empeñemos en hacerlo sonar en sitios descafeinados, asépticos, que suspiran seguro por la vuelta de los años cincuenta.


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