T-shirt: roja y amarilla
Batallas solapadas
En 1805 la coalición británico-prusiana, en sus intentos por derrocar a Napoleón y destruír la influencia militar francesa en Europa, se enfrentaron a España y Francia en la famosa (y apasionante, guste la historia o no) batalla de Trafalgar. Las naves españolas ya estaban decrépitas y llevaban unos cuantos fracasos acumulados, pero fue la brillante estrategia del almirante Nelson (que murió por cierto al principio de la batalla) la que aniquiló la flota enemiga de manera brillante. La guerra es tremenda, aunque leída en los libros de historia y con doscientos años de perspectiva se torna grande, inmensa.
La estatua de Nelson preside una de las plazas más impresionantes de la ciudad, en lo alto de una columna altísima, mirando hacia las Casas del Parlamento. Fuentes, leones y la National Gallery, entre otros edificios ilustres, flanquean un espacio desorbitado, siempre lleno de turistas. Al fondo de Whitehall, la Avenida dedicada a los héroes de la guerra británicos (estatuas en negro y edificios monumentales) se puede ver el Big Ben. Saint Martin in the Fields, de riguroso blanco, aguarda también al visitante (y a un próximo post).
Hacia las diez de la noche del domingo llega la marea roja desde Picadilly Circus. Probablemente será una vez en la vida. La gente se baña en las fuentes semidesnuda y jalea en voz alta, canturrea, se ríe a carcajadas, se abraza. Es una fiesta. El Almirante Nelson da la espalda a todo lo que ocurre. El país que fue su enemigo más odiado invade ahora la plaza erigida en su homenaje. El Almirante Nelson, hombre de guerra, no se da cuenta de que, en la inmensidad del tiempo y de este universo misterioso, doscientos años no son nada. Las batallas son apenas las comas de un discurso escrito en las estrellas, y las guerras simples enfermedades que dejan paso, por fin, a la salud, entendida como el respeto, la libertad, la unidad entre los pueblos, la concordia, el amor, la conciencia de que somos solamente hormigas de paseo en un mundo que no conocemos, y de que es mejor llevarse bien, y celebrar algo tan insignificante y tan estúpido, pero tan grande, como el triunfo de España en el Mundial.
¿Una premonición?
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