El búho pirata ha recorrido mucho mundo y quemado muchas vidas (como los gatos, pero todavía más). Empezó su viaje en Egipto (el antiguo, el de los faraones glamourosos y los pergaminos ilustrados y los sarcófagos del horror vacui) y deambuló por Mesopotamia y Grecia antes de zambullirse en el Imperio Romano, las Guerras Púnicas, el cisma de Bizancio y la Inglaterra que se asoma al medievo. El búho se sabe al dedillo la Piedra Rosetta (cómo no) y es un experto en escultura clásica y en los grabados del palacio de Nabucodonosor. Casi nada.
Al búho pirata, sin embargo, le ha quedado clavada la espinita de no haber cruzado el charco. Admira los moais de la Isla de Pascua y los jeroglíficos aztecas, y las pirámides de Guatemala le parecen mucho más impresionantes que las de su país de origen (mucho más esbeltas, más elegantes y soberbias sobre la selva ingobernable). Quizás algún día pueda viajar a América, quién sabe.
Al búho pirata, sin embargo, le ha quedado clavada la espinita de no haber cruzado el charco. Admira los moais de la Isla de Pascua y los jeroglíficos aztecas, y las pirámides de Guatemala le parecen mucho más impresionantes que las de su país de origen (mucho más esbeltas, más elegantes y soberbias sobre la selva ingobernable). Quizás algún día pueda viajar a América, quién sabe.
El búho pirata perdió su ojo hace mucho tiempo, luchando contra Bucéfalo en una fría y lluviosa mañana al sur de lo que hoy es Bulgaria. Claro que el caballo también se llevó algún picotazo que otro. Pero, pese a los años, sigue igual de ágil y vuela rápido como el céfiro. Cuando le apetece, claro.
El búho pirata se ha hecho con una impresionante colección de antigüedades, saqueando aquí y allá, y la exhibe en el British Museum. Puede parecer que es una estatua, pero cuidado: mejor no burlarse, no menospreciar su fiereza, porque entonces serían sus garras clavadas en tu espalda lo último que sentirías en tu visita al British.
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