El monstruo aguarda en la calle, en silencio. Puedes encontrarlo cuando menos te lo esperas, con su porte orgulloso, su piel de rojo fuerte, de brillo metálico, resistente como escama de dragón.
El monstruo era poderoso antes. Controlaba las comunicaciones, igual que ahora los magnates de las finanzas controlan los periódicos. Pero en esta época de emails, de Facebook, de blogs, ya casi nadie escribe. El monstruo añora las cartas perfumadas de los amantes, o la caligrafía inmaculada de la clase media de los cincuenta (antes de que los punks lo llenaran todo de garabatos y signos de anarquía).
El monstruo tiene dos bocas, una para cartas con sello, la otra, para franqueo pagado.
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