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Los grabados aztecas del British Museum
En la planta baja, al fondo de las salas dedicadas a América, hay una pequeña habitación con algunas joyas de los pueblos pre-colombinos. Máscaras de malaquita, esculturas en alabastro y la iconografía general de esas civilizaciones (de forma mayoritaria la serpiente, su Alfa y Omega particular). En la sala contigua, donde está la escalera, justo antes de llegar a la gran biblioteca - cajón de sastre con todo lo que la humanidad ha dado de sí (que no es poco) - también encontramos un par de estatuas gigantes, y más grabados en piedra. Sí, tal vez sean sus grabados, sus jeroglíficos esculpidos en la roca, lo que más llame la atención. Qué curioso lo parecidos que son a los egipcios (y no sólo eran parecidos en eso: los dos pueblos construyeron pirámides enormes, sin que -que se sepa- nunca tuviera contacto alguno). Pero los grabados transmiten una inquietud atemporal, con sus escenas de sacrificios humanos, pero también con su diseño siempre moderno, o con esa mezcla surreal de dos dimensiones y profundidad, casi cubista, fascinante. Cuánto han soportado esos grabados. Tal vez sea por éso que su visita es costosa. Diríanse poseídos de una energía negativa, como si tanta sangre derramada sobre ellos, tanta crueldad en su nombre, hubiera hecho mella en las piedras eternas. Años y años de reyes sanguinarios primero, y después, los conquistadores españoles aún más crueles, y después, el olvido, hasta que otros descubridores les encontraran, olvidados en la selva, y les arrancaran de cuajo para llevarles más allá del océano, hasta la capital del Imperio Victoriano. Cuánto han soportado esos grabados, y aún hoy se preguntan que será lo siguiente, tímidos en la sala de la esquina, protegidos apenas por una alarma eléctrica, invisible como su pasado, insuficiente para contener los nuevos cambios que, tarde o temprano, llegarán. Porque las civilizaciones no son eternas, pero las piedras -he ahí su castigo-, las piedras son testigos mudos de lo que ocurre, las piedras sí lo son.
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