18 de marzo de 2010

Day Four: Los pájaros-músicos de la Barbican


 Tiempo: de primavera. Mola
Estado no civil: jodido pero contento.
Lugar: La Barbican, centro músico-artístico-cultural, vale lo mismo para un roto que para un descosido.
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Play it again Sam

Sólo los más avezados turistas se atreven a adentrarse entre los rincones del monstruo de hormigón de los setenta que es la Barbican. Sus tripas de corrala modernista y sus apartamentos desfasados pero robustos se convierten en un laberinto mortal, pero los avisados saben que siguiendo la línea amarilla llega uno al Mago de Oz, o, en este caso, al centro cultural y salas de conciertos. En un rinconcito del gigantesco edificio habitan los peculiares pájaros-músicos, un tipo de animal casi extinguido en nuestros días, pero de singular interés. Bebiendo de fuentes convencionales como Gillespie, Porter o el mismísimo Charlie Parker, los pájaros-músicos desarrollan una peculiar melodía, vuelta de tuerca de las sinfonías de Stravinsky y de las reinterpretaciones del gospel o la bossa-nova de los años noventa. El público pasea entre ellos extasiado, y admira su caprichosa interpretación, a la par que su vuelo o su plumaje. Los pájaros-músicos, juguetones, simulan beber aguar, comer, simplemente acicalarse sobre los instrumentos musicales, colocados sobre una peana. Qué gran sabiduría, que impresionante aquello de hacer música como quien no quiere la cosa.


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